A mediados del siglo XX se produjo un fuerte movimiento de creación de organismos internacionales que coordinasen la economía y comercio internacional, para evitar de esta forma, que se reprodujeran las tensiones que, a lo largo de la primera mitad de siglo, habían conducido a dos terribles guerras mundiales.
Cincuenta años después, podemos evaluar muy positivamente aquel proceso de institucionalización de la economía internacional. No sólo se ha reducido, de forma notable, la intensidad y amplitud de los conflictos armados, sino que se ha conseguido construir un sistema de colaboración internacional, sin precedentes en la historia de la humanidad. En estos momentos, la humanidad es cada vez más consciente del grado de interrelación global que ha alcanzado la economía. Por supuesto, la globalización tiene defensores y detractores, porque se ha puesto de manifiesto que tiene ventajas e inconvenientes. Así, la globalización impulsa el crecimiento y el desarrollo económico, pero a la vez provoca tensiones y desequilibrios en regiones, países y sistemas, cada vez más graves. Cada día se hace más evidente la necesidad de la existencia de estos y otros organismos internacionalmente fuertes, con capacidad para imponer un nuevo orden económico global y que se comprometan a redistribuir globalmente los beneficios del desarrollo humano.
Conviene distinguir entre organismos de cooperación, que se limitan a formular recomendaciones y propuestas, sin que haya, por tanto, reducción significativa de la soberanía de los Estrados miembros. El mejor ejemplo de Organismo de integración es la Unión Europea y todas las instituciones que han conducido a ella.
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